Del oficio de la escritura
El mío es un oficio de paciencia,
silencioso y solitario. Mis nietos, que me ven ante el ordenador durante horas
interminables, creen que paso castigada. ¿Por qué lo hago? No lo sé… Es una
función orgánica, como el sueño o la maternidad. Contar y contar… es lo único
que quiero hacer. Debo inventar muy poco, porque la realidad es siempre más
espléndida que cualquier engendro de mi imaginación. En el mejor de los casos
la escritura intenta dar voz a quienes no la tienen o a quienes han sido
silenciados, pero cuando lo hago no me impongo la tarea de representar a nadie,
trascender, dar un mensaje o explicar los misterios del universo, simplemente
trato de contar en el tono de las conversaciones privadas, procurando que no se
me olviden el humor y la compasión, dos ingredientes necesarios para dar vida a
los personajes.
Soy afortunada, provengo de una
familia extravagante. Un montón de locos deliciosos conforma nuestra pintoresca
estirpe. Ellos han inspirado casi todas mis novelas. Con parientes como los
míos no se necesita imaginación, ellos proveen todos los componentes del
realismo mágico.
Mis libros nacen de una emoción
profunda que me ha acompañado por largo tiempo. Nostalgia por Chile, mi patria
a los pies del mundo, motivó “La casa de los espíritus”. En esa novela quise
reconstruir, desde el exilio, el país perdido después del Golpe Militar de
1973, resucitar a los muertos, reunir a los dispersos. Vivía yo en Caracas como
miles de otros inmigrantes, refugiados y exilados, cuando el 8 de enero de 1981
recibí una triste noticia desde Santiago: mi abuelo, un viejo formidable que
iba a cumplir los cien años, agonizaba.
Esa noche instalé en la cocina mi
máquina de escribir y comencé una carta para aquel abuelo legendario. Era una
carta espiritual que él jamás leería. La primera frase fue escrita en trance,
mis dedos volaron sobre el teclado y antes que alcanzara a darme cuenta había
escrito: Barrabás llegó a la familia por vía marítima. ¿Quién era Barrabás y por
qué llegó por vía marítima? ¿Qué tenía que ver Barrabás en una carta de
despedida de mi abuelo? Aún no lo sabía, pero con la confianza del ignorante
seguí escribiendo sin pausa ni respiro, cada noche, sin mayor esfuerzo, como si
voces secretas susurraran la historia al oído. Al cabo de un año tenía
quinientas páginas sobre la mesa de la cocina. Había nacido “La casa de los
espíritus”. Ese Barrabás que llegó por vía marítima habría de cambiar mi
destino; nada volvió a ser igual para mí después de esa frase. “La casa de los
espíritus” me inició en el mundo sin retorno de la literatura.
Mis novelas no se gestan en la
mente, crecen en el vientre. No escojo el tema, el tema me escoge a mí. Mi
trabajo consiste en dedicar suficiente tiempo, silencio y disciplina a la
escritura para que los personajes aparezcan de cuerpo entero y hablen por sí
mismos. No los invento, son criaturas que existen en otra dimensión, esperando
que alguien las traiga al mundo. Soy solo un instrumento, algo así como una
radio; si logro sintonizar la frecuencia precisa, tal vez los personajes se
manifiesten y me cuenten sus vidas.
Cada 8 de enero, cuando comienzo
otro libro, oficio una ceremonia secreta para llamar a los espíritus del
trabajo y la inspiración, luego pongo los dedos en las teclas y dejo que la
primera frase se escriba sola, como en un trance, tal como se escribió Barrabás
llegó por vía marítima en “La casa de los espíritus”. Carezco de un plan, no sé
lo que ocurrirá. Esa frase inicial entreabre una puerta por donde me asomo tímidamente
a otro mundo. En los meses siguientes explorará ese territorio palabra a
palabra. Los personajes, que al principio son muy borrosos, irán revelándose
con sus contornos precisos, cada uno con su propia voz, su biografía, su
carácter, sus mañas y grandezas, tan reales e independientes que sería inútil
de mi parte tratar de controlarlos. La historia se desdoblará lentamente, un
pliegue a la vez, hasta llegar a los estratos más profundos.
Isabel Allende (fragmento de
Paula)
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