Lecciones de abismo
En el libro de Verne, Viaje al centro de la tierra, el
científico de la expedición le recomienda a su sobrino: “Observa y observa muy
bien. ¡Hay que tomar lecciones de abismo!” La frase para mí nunca ha encerrado
una expresión literal, sino más bien lírica y un tanto trágica. En tal sentido
la frase me ha permitido considerar que la lectura de poetas como Ramos Sucre,
Vallejo, Fernando Pessoa, Baudelaire, Rimbaud y Lautremont es una manera segura
de tomar lecciones de abismo. La poesía es una manera de bordear los
acantilados del alma, de contemplar ese vacío donde el viento es una luz que lo
calcina todo, donde la soledad es un sol negro que lentamente carcome en las
entrañas.
Algunos amigos poetas en Valencia
me consideran sordo para la sutil música de la poesía. Ponen en solfa mi dureza
a la hora de emitir juicios en torno al poema y su ejecutante. Trato de
explicarles que mi sordera es producto de un trauma de juventud. Por supuesto
que miento, pero para el caso es una buena estrategia y así capear el temporal.
En mi adolescencia granujienta y
volátil como muchos jóvenes que se inician en la escritura lo hice como poeta.
Bajo la influencia de los poetas malditos y el surrealismo escribí un centenar
de poemas salvajes, llenos de quincallería erótica y mucha lúgubre visión del
mundo. Como era un aprendiz azaroso, inculto y que metía pie con eso de la
ortografía, en un dechado de audacia, bastante inusual en mí, consentí darle el
legajo de papeles a mi profesora de castellano Josefina Castillo. Mujer no muy
bella, pero gran lectora, con un cuerpo de serenas formas y una voz
aterciopelada que de alguna manera me cautivaba. La profesora corrigió, con
bienintencionada saña, mi alma, que es lo que a fin de cuenta era ese puñado de
papeles escritos con el corazón iluminado de insomnes lecturas. Tachó con
diligencia mis gazapos, colocó acentos e hizo anotaciones al margen sobre la
gramática. En la conversación me dijo que los poemas no eran del todo malos,
pero que eran algo incómodos. Me recomendó mucha lectura y que tratara de abrir
las ventanas del amor para que entrara algo de su luz en mi escritura. Pero yo
quería ser un maldito y no un ñoño que aglutina lugares comunes en columna.
Algo dolido tomé mis poemas, y con otros camaradas de bohemia literaria, me
dispuse al sacrificio. En una plaza amontoné la faja de papeles y le prendí
fuego. Cuando los papeles volaron en la brisa nocturna como pájaros negros me
sentí liberado, como si saliese a la superficie. Desde entonces mi visión de la
poesía y de los poetas cambió de manera radical.
El poeta W. H Auden escribió: “La
poesía no es magia. La trascendencia de la poesía, como la de cualquier otro
arte, se encuentra en su capacidad para decir la verdad, para desencantar y
desintoxicar”. Desde este punto de vista la poesía es más un reto que una
calistenia hormonal de juventud. La falta de fe puede llevarte muchas veces a
Dios, pero la falta de poesía te conduce a la desolación más insondable, a la
aridez espiritual más acabada. Uno no deja de escribir poesía. El mundo es un
poema escrito que también nos escribe. Este árbol, aquel atardecer que se
pierde en nuestra memoria, esa flor que se abre hacia dentro de nuestra mirada.
Hay un poema de la etnia indígena Piaroa que puede proporcionar alguna clave: “El
agua del río corre hacia el raudal /¿Corre?/Las nubes huyen /sobre el gran
cerro,/como tapires cansados/ frente al hombre con arco./¿Sí?/Las hojas
caminan/ con el viento, /y se mueve toda la selva./También tu canoa/ se mece
sobre el río./ Solamente tú estás inmóvil/ bajo la gran Piedra Negra. /¡Y yo
creía que por ti / vivían todas las cosas!”
El poeta trata de anotar el nexo
del hombre con todo aquello que lo rodea, intenta, a través de la poesía,
mostrar, desde la belleza del lenguaje, el trágico esplendor de aquello que
vibra en la cuerda tensa, y frágil, de la vida. Octavio Paz postulaba: “La
poesía no pretende revelar, como las religiones y las filosofías, lo que es y
lo que no es sino mostrarnos, en los intersticios y resquebraduras, aquello que
escapa a las generalidades, las clasificaciones y las abstracciones: lo único,
lo singular, lo personal. Los reinos en perpetua rotación de las sensaciones y
las pasiones, el mundo y trasmundo de los sentidos y sus combinaciones”.
Para escribir poesía se necesita
una buena dosis de abismo. El poeta ha ejercitado mucho sus lecciones de abismo
para encontrar el camino de esa palabra exacta, de esa palabra en situación
especial y liberada de su rol meramente informativo pues trata de revelar esa
música interna donde el poema es un acto lingüístico que tiende un puente hasta
nuestro espíritu y nuestra conciencia.
George Steiner escribió: “Donde
reinan las mentiras o la censura, la poesía puede convertirse en fuente de
noticias”. De allí que eso de escribir poesía no sea un mero juego del
intelecto y mucho menos un pasatiempo para eludir el bostezo. Por ese motivo
para escribir poesía se necesitan muchas lecciones de abismo. Las lecciones
nunca serán fáciles para el poeta que lo es de verdad y no un simple remedo, un
mendaz muñeco de ventrílocuo que repite metáforas sabidas hace rato. Poetas
entrecomillas hay en cantidad y a veces sus poemas no son más que cantos
disonantes de sus desmesurados egos. La divisa de Michel Houellebecq me ha
curado de escribir deslucidos poemas: “La inteligencia no ayuda en absoluto a
escribir buenos poemas; sin embargo, puede impedir que uno escriba poemas
malos”.
Carlos Yusti
Comentarios
Publicar un comentario
Cualquier opinión inteligente, relacionada con el tema de cada post y expresada con educación, será bien recibida. El resto, se suprimirá.