Textos de sombras y últimos poemas
La poesía es el lugar donde todo
sucede. A semejanza del amor; del humor; del suicidio y de todo acto
profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad
o su verdad.
En cuanto a la inspiración, creo en
ella ortodoxamente, lo que no me impide, sino todo lo contrario, concentrarme
mucho tiempo en un solo poema. Y lo hago de una manera que recuerda, tal vez,
el gesto de los artistas plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la
contemplo; cambio palabras, suprimo versos. A veces, al suprimir una palabra,
imagino otra en su lugar; pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la espera
de la deseada, hago en su vacío un dibujo que la alude. Y este dibujo es como
una llamada ritual. (Agrego que mi afición al silencio me lleva a unir en
espíritu la poesía con la pintura; de allí que donde otros dirían instante
privilegiado yo hablo de espacio privilegiado).
Nos vienen previniendo, desde
tiempos inmemoriales, que la poesía es un misterio. No obstante la reconocemos:
sabemos dónde está. Creo que la pregunta: ¿qué es para usted la poesía? merece
una u otra de estas dos respuestas: el silencio o un libro que relate una
aventura no poco terrible; la de alguien que parte a cuestionar el poema, la
poesía, lo poético; a abrazar el cuerpo del poema; a verificar su poder
encantatorio, exaltante, revolucionario, consolador. Algunos ya nos han contado
este viaje maravilloso. En cuanto a mí, por ahora es un estudio.
Si me preguntan para quién escribo,
me preguntan por el destinatario de mis poemas. La pregunta garantiza,
tácitamente, la existencia del personaje.
De modo que somos tres: yo, el
poema, el destinatario. Este triángulo en acusativo precisa un pequeño examen.
Cuando termino un poema, no lo he
terminado. En verdad lo abandono, y el poema ya no es mío o, más exactamente,
el poema existe apenas.
A partir de ese momento, el
triángulo ideal depende del destinatario o lector. Únicamente el lector puede
terminar el poema inacabado, rescatar sus múltiples sentidos, agregarle otros
nuevos. Terminar equivale, aquí, a dar vida nuevamente, a recrear.
Cuando escribo, jamás evoco un
lector. Tampoco se me ocurre pensar en el destino de lo que estoy escribiendo.
Nunca he buscado al lector, ni antes, ni durante, ni después del poema. Es por
esto, creo, que he tenido encuentros imprevistos con verdaderos lectores
inesperados, los que me dieron la alegría, la emoción, de saberme comprendida
con detenimiento. A lo que agrego una frase propicia de Gaston Bachelard: El
poeta debe crear su lector y de ninguna manera expresar ideas comunes.
Alejandra Pizarnik
Comentarios
Publicar un comentario
Cualquier opinión inteligente, relacionada con el tema de cada post y expresada con educación, será bien recibida. El resto, se suprimirá.