Nota autobiográfica
Me ocurre a veces que releo mis
viejos poemas con espíritu crítico y descubro, entre tantas cosas de las que
solo quedan cenizas, la llama de un momento en que tuve la necesidad de fijar
el tiempo. Y en la memoria resucita ese mínimo destello que ha quedado entre
los despojos de lo ya vivido, allí donde yo sentí la eternidad del instante,
como dirían Bachelard o Prust, allí donde el infinito cabe en el instante.
Cierta conciencia del tiempo, cierta iluminación que tenemos nosotros con
respecto del tiempo vivido como normal reaparece entonces, se vuelve a vivir a
través de lo que uno ha sentido y ha logrado sugerir aunque fuera para uno
mismo. Yo no me hacía ilusión sobre si esos matices iban a tener un valor o
cosa parecida, yo los sentía vibrar y revivía ese momento en que me había
metido en la realidad o en una zona de ella.
No deja de satisfacerme _y también,
por qué no, de confundirme_ el hecho de que esos momentos tan particulares
hayan podido trascender a algunos lectores; y más todavía me inquieta que los
jóvenes sean sensibles a ellos. Tal vez podría considerarme cumplido si mi obra
trasuntase cierta sensación de autenticidad. Haber tratado de ser fiel a mí
mismo me redime, espero, de algunos pecados. No considero un mérito haberme
negado a ciertas tentaciones, digamos, mundanas; lo hice por necesidad, como
Machado. La realización de mi obra siempre estuvo presidida por la solicitud de
aquellos momentos de los que hablé antes: fue ante todo, insisto, una íntima
necesidad. Hice lo que me pareció que debía hacer; sin ilusionarme mucho acerca
del valor de los resultados. Lo demás vino por añadidura: fue obra del azar;
del fervor y la ilusión de unos buenos amigos.
Juan L. Ortiz
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