La poesía
Aparte de la significación
gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica, que es la única
que nos interesa. Uno es el lenguaje objetivo que sirve para nombrar las cosas
del mundo sin sacarlas fuera de su calidad de inventario; el otro rompe esa
norma convencional y en él las palabras pierden su representación estricta para
adquirir otra más profunda y como rodeada de un aura luminosa que debe elevar
al lector del plano habitual y envolverlo en una atmósfera encantada.
En todas las cosas hay una palabra
interna, una palabra latente y que está debajo de la palabra que las designa.
Esa es la palabra que debe descubrir el poeta.
La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. Ella se desarrolla en el alba primera del mundo. Su precisión no consiste en denominar las cosas, sino en no alejarse del alba.
La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra recién nacida. Ella se desarrolla en el alba primera del mundo. Su precisión no consiste en denominar las cosas, sino en no alejarse del alba.
Su vocabulario es infinito porque
ella no cree en la certeza de todas sus posibles combinaciones. Y su rol es
convertir las probabilidades en certeza. Su valor está marcado por la distancia
que va de lo que vemos a lo que imaginamos. Para ella no hay pasado ni futuro.
El poeta crea fuera del mundo que
existe el que debiera existir. Yo tengo derecho a querer ver una flor que anda
o un rebaño de ovejas atravesando el arco iris, y el que quiera negarme este
derecho o limitar el campo de mis visiones debe ser considerado un simple
inepto.
El poeta hace cambiar de vida a las
cosas de la Naturaleza, saca con su red todo aquello que se mueve en el caos de
lo innombrado, tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente
rincones desconocidos, y todo ese mundo estalla en fantasmas inesperados.
El valor del lenguaje de la poesía
está en razón directa de su alejamiento del lenguaje que se habla. Esto es lo
que el vulgo no puede comprender porque no quiere aceptar que el poeta trate de
expresar solo lo inexpresable. Lo otro queda para los vecinos de la ciudad. El
lector corriente no se da cuenta de que el mundo rebasa fuera del valor de las
palabras, que queda siempre un más allá de la vista humana, un campo inmenso
lejos de las fórmulas del tráfico diario.
La Poesía es un desafío a la Razón,
el único desafío que la razón puede aceptar, pues una crea su realidad en el
mundo que ES y la otra en el que ESTÁ SIENDO.
La Poesía está antes del principio
del hombre y después del fin del hombre. Ella es el lenguaje del Paraíso y el
lenguaje del Juicio Final, ella ordeña las ubres de la eternidad, ella es
intangible como el tabú del cielo.
La Poesía es el lenguaje de la
Creación. Por eso solo los que llevan el recuerdo de aquel tiempo, solo los que
no han olvidado los vagidos del parto universal ni los acentos del mundo en su
formación, son poetas. Las células del poeta están amasadas en el primer dolor
y guardan el ritmo del primer espasmo. En la garganta del poeta el universo
busca su voz, una voz inmortal.
El poeta representa el drama
angustioso que se realiza entre el mundo y el cerebro humano, entre el mundo y
su representación. El que no haya sentido el drama que se juega entre la cosa y
la palabra, no podrá comprenderme.
El poeta conoce el eco de los
llamados de las cosas a las palabras, ve los lazos sutiles que se tienden las
cosas entre sí, oye las voces secretas que se lanzan unas a otras palabras
separadas por distancias inconmensurables. Hace darse la mano a vocablos
enemigos desde el principio del mundo, los agrupa y los obliga a marchar en su
rebaño por rebeldes que sean, descubre las alusiones más misteriosas del verbo
y las condensa en un plano superior, las entreteje en su discurso, en donde lo
arbitrario pasa a tomar un rol encantatorio. Allí todo cobra nueva fuerza y así
puede penetrar en la carne y dar fiebre al alma. Allí coge ese temblor ardiente
de la palabra interna que abre el cerebro del lector y le da alas y lo
transporta a un plano superior, lo eleva de rango. Entonces se apoderan del
alma la fascinación misteriosa y la tremenda majestad.
Las palabras tienen un genio
recóndito, un pasado mágico que solo el poeta sabe descubrir, porque él siempre
vuelve a la fuente.
El lenguaje se convierte en un
ceremonial de conjuro y se presenta en la luminosidad de su desnudez inicial
ajena a todo vestuario convencional fijado de antemano.
Toda poesía válida tiende al último
límite de la imaginación. Y no solo de la imaginación, sino del espíritu mismo,
porque la poesía no es otra cosa que el último horizonte, que es, a su vez, la
arista en donde los extremos se tocan, en donde no hay contradicción ni duda.
Al llegar a ese lindero final el encadenamiento habitual de los fenómenos rompe
su lógica, y al otro lado, en donde empiezan las tierras del poeta, la cadena
se rehace en una lógica nueva.
El poeta os tiende la mano para
conduciros más allá del último horizonte, más arriba de la punta de la
pirámide, en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y lo falso, más
allá de la vida y de la muerte, más allá del espacio y del tiempo, más allá de
la razón y la fantasía, más allá del espíritu y la materia.
Allí ha plantado el árbol de sus ojos y desde allí contempla el mundo, desde allí os habla y os descubre los secretos del mundo.
Allí ha plantado el árbol de sus ojos y desde allí contempla el mundo, desde allí os habla y os descubre los secretos del mundo.
Hay en su garganta un incendio
inextinguible.
Hay además ese balanceo de mar
entre dos estrellas.
Y hay ese Fiat Lux que lleva
clavado en su lengua.
Vicente Huidobro
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